En una de mis tantas salidas a caminar por el barrio de Palermo, tan enriquecedor por sus casonas que conservan su encanto en donde cada ladrillo cuenta con una historia diferente, sus árboles gigantes, sus flores, museos, en fin un sin número de paisajes que nos enorgullecen.
Esta es una de las facetas de nuestro querido barrio, contamos con la otra cara del mismo la que no es de carácter personal, dado que el resto de los distritos también la poseen. Por las mañanas, cuando comienza a amanecer, podemos observar otros paisajes.
Panorama en el que se aprecia jóvenes que aun no han concluido su salida nocturna, personas que como ya les he contado descansan en algún lugar que se les permita, como así también encargados de edificios que comienzan a deslizar sus elementos de limpieza, o el exquisito aroma que se percibe de alguna panadería de las inmediaciones.
En cuanto a los jóvenes: van dando vueltas por las calles en sus autos o en los de sus padres escuchando música, sumándole algún diálogo que intentan con el que pasa, como en este caso conmigo. Sin faltar en ningún momento el respeto, hasta conseguir de nuestra parte una sonrisa.
Otros van caminando pretendiendo ser simpáticos o por qué no graciosos y de la nada se dan vuelta deslizando sus pantalones mostrando su trasero, dejándome la idea del grado de inmadurez que conservan o quizás le retiraron sus pañales antes de tiempo.
En cuanto a los que pernoctan en la calle se los observa hurguetear en las bolsas de residuos o cestos con restos inutilizables pertenecientes a kioscos o casas de comidas, los que aún no fueron retirados por la empresa que le corresponde, levantando un vaso con algún líquido que alguien dejó, siendo ese su desayuno.
Esta imagen que presencié trajo a mi mente el artículo en el que hablé sobre el desayuno y su importancia, lejos está de serlo el de este señor quien lo más probable le espere una interminable caminata hasta encontrar nuevamente un lugar para descansar.
Mercedes Giangrande