La euforia y la alegría que trasmite La Noche de los Museos en Buenos Aires, es digna de ser destacada, desde los organizadores, voluntarios y el mismo público, lo demuestran cada año, acercándose a los lugares ya preseleccionados. Todos se acercan para disfrutar con todos, y pareciera que la afinidad al buen gusto, la calidad y poder admirar en conjunto, es el elemento colectivo de los habitantes de la ciudad. También el hecho de preparar de antemano a la prole, los amigos, los chicos con sus familiares, y además luego elegir un espacio al que nunca han podido acercarse y comprobar que se pueden recorrer varios centros en la misma noche es un deleite. Por qué todos lo hacen? Y en el ambiente colectivo de la gente saben a dónde proyectar su tiempo, quizás al subir al colectivo, la mayoría desciende en la misma zona del Museo. Así, entonces las personas tienen en ese momento gustos parecidos. En ese día, a esas horas de la noche toda una ciudad de diferentes edades, gustos, pertenencias se identifican.
Prepararse, llegar, disfrutar es toda una aventura; ubicar la dirección exacta para que un espacio se acerque a otro y así recorrer más Museos.
Rápidamente a partir de la hora señalada a medida que el público llegaba tranquilo y relajado con cientos de preguntas para quienes los recibían en las puertas del espacio y le entregaban su guía de Museos, que por supuesto muy pronto se agotó.
Es interesante ver el interés de las personas en poder visitar varios sitios, y así disfrutar de lo que el resto del año no lo hacen.
Y por qué no lo hacen? Falta de tiempo, organizarlo, lejanía? Es una utopía dar con la respuesta? Quizás una buena campaña de encuestas develaría el misterio.
Las personas asiduas a un espacio, esperan encontrar más y más en cada muestra, y también sorprenderse cuando algo no tiene semejanza con el lugar clásico, tradicional de una hermosa casa colonial. Él público se pregunta:- ¿Qué es eso? ¿En este espacio, no me parece!
Ir de visita y encontrar las puertas abiertas hasta las 03.00 de la madrugada no es habitual,
en ninguna familia, pero esa noche las personas entraban como en casa; algunos conociendo todos los rincones otros asombrados por el valor histórico de lo que sus ojos captaban,
los novatos, los chicos y los adolecentes descubrían a su ciudad como nunca la habían visto.
Hasta se puede encontrar amigos que dejaron de verse, que mejor que un Museo luminoso, para charlar un momento.
Toda ha pasado, queda una noche de alegría en el corazón de las personas, quizás ese fue el disparador para fomentar nuevas inquietudes y así renovar las energías , volver a repetir en cualquier tarde, o mañana una visita al Museo que está cerca de su casa.
Todo es proponérselo, dar la oportunidad a los más pequeños para acercarse a la cultura de su terruño, que no tiene nada que envidiar a las grandes ciudades, para adentrarse en la época, que una vez fue la Gran Aldea, décadas atrás.
Hay para todos los gustos, sin olvidar que es totalmente gratis la visita, salvo en algunos espacios. La guía que se entregó y algunos piensan coleccionar, ofrece un abanico de salidas y visitas, como quien va a la casa de la tía que hace mucho no visitan.
Azucena Cerundolo