Vacía y solitaria pero sin rejas a su alrededor, la Plaza Julio Cortázar, es una imagen de la ciudad petrificada en medio de la nada. Sus bares permanecen cerrados y tan sólo algunos están abiertos para el delibery.
El predio ícono de Serrano y Honduras o Borges y Honduras (como más le guste llamarlo a los vecinos) ya no luce con la locura turistica de los gritos, las ventas o las ferias, que la cruzan, porque ha quedado suspendida por la cuarentena. Sólo hay allí algunos jóvenes concentrados, que trabajan en las conocidas cadenas de comidas y esperan a que los llamen para entregar los pedidos de algún cliente.
La Plaza Cortázar también espera que se levante la cuarentena para volver a disfrutar del ruido y colorido de su belleza particular.
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