Por Ana Leguísamo Rameau. Corrían los años ´80 y, con ellos, todo el fervor de la democracia se inhalaba en el país. Allí, en la Avenida Santa Fe al 2700, en las intersecciones de las calles Anchorena y Laprida, sobre el lado impar, el colegio de Señoritas (antes una cárcel de mujeres) vivía a pleno los mejores años de la adolescencia. Lo era así para muchas chicas que cursaban en Barrio Norte. Sin embargo, el edificio, quedaba chico y había que buscar un lugar mas cómodo y fue allí, cuando las estudiantes se mudaron a la cuadra de enfrente.
De este modo, con bancos al hombro, pizarrones y todo lo que forma parte de un colegio, los materiales fueron trasladados por las mismas alumnas a la nueva escuela. Se cortaron las calles y se procedió a la mudanza. Una vez del otro lado, hubo votación porque el liceo era de Señoritas y las autoridades tenían pensado transformar al lugar en un centro mixto.
Con el tiempo llegaron varones a la Institución y todo se transformó en la nueva dirección del colegio con los nuevos integrantes del lugar. Sin embargo, las autoridades y docentes permanecieron intactos porque quedaron todos los profesores: Rosita Fantacone, Beba Bazán, Inés Oría, Teresa de Mailhe, Azucena Castro de Candelón, María Eugenia Calderón , Mrs. Grinspun (La Teacher de Inglés), Elba Susana Soteras, Viviana Urricarriet, y el Profesor de música Hugo Riveros, entre tantos otros. También hubo oportunidad para otros docentes más nuevos..
Todo pasó muy rápido. Corrió mucha agua debajo del puente y los tiempos cambiaron indefectiblemente hacia un rumbo muy distinto de cómo éramos antes. La cibernética, los gobiernos, las profesiones, las enfermedades, las parejas, los amigos, los hijos y hasta los nietos han hecho historia en nuestras vidas. Somos como un libro lleno de páginas amarillas que, con tantos años, se va resquebrajando. Somos un grupo de huesos que se va gastando al llegar a la cima de la vida.
Por eso, la adolescencia es uno de esos estadios más bellos de la juventud porque, con ella, tenemos todo a favor: vida plena por derrochar, felicidad por doquier, y un futuro largo de proyectos para idealizar. Sin embargo, el tiempo pasa muy rápido y, cuando uno quiere acordarse, ya está en puertas de la vejez, y así nos vamos aferrando a los recuerdos.
Por tal razón, cuando paso por la puerta del Liceo José Figueroa Alcorta, siento que (por allí) puede estar escondida Rosita Fantacone retándome por haberme llevado matemáticas y, aunque yo le pregunte: «Profe, ¿para qué puede servirme estudiar su materia si a mi me gustan las letras?», sé plenamente que las matemáticas me han servido mucho y son importantes en la vida de todos. Quizás Mrs. Grinspun se enoje porque no me agradaba mucho el inglés y, aunque yo deseaba estudiar francés, me he dado cuenta en la vida que el inglés es tan importante como el agua de cada día. Las isobaras y las isotermas nunca fueron de mi predilección pero, por otro lado, sé que la geografía me ha aportado una cuota cultural muy interesante en mi profesión, como así también la música y hasta la química en general.
En fin, es propio del ser humano quejarse pero, más allá de todo, algunas cosas son las que me llenan de satisfacción. Por ejemplo, saber que ese colegio, al cual asistí, sigue allí como recordándome todo el tiempo que sigue siendo, aunque todo haya pasado, esa segunda casa que me vio crecer con toda la mejor etapa de mi juventud y con todos mis recuerdos inalterables y agradecidos hasta hoy en día.
Sin embargo, y sin ir más lejos, la semana pasada me di una vuelta por el viejo Liceo, pero el primero. Me refiero a ese donde hoy está el pequeño Shopping. Lo recorrí entero y, cuando llegué al patio principal donde antes hacíamos los recreos, elevé la mirada y quedé perpleja mirando los departamentos de los edificios linderos. Allí fue cuando, tuve toda esa sensación de haber retrocedido en el tiempo como deja vu, entonces me vi dentro de un aula, justo la que estaba frente a mi. Esa donde cursé tercero primera, y ahí fue cuando me acordé de la profesora Soteras cuando me castigaba con sus aplazos por no atender debidamente bien en clase. Claro, yo vivía abstraía con la vista puesta en los departamentos de afuera, esos que hoy estaba viendo desde el patio principal del nuevo Shopping. Hoy, estos departamentos me
traían al recuerdo que nada había cambiado y que todavía permanecía casi inalterable, salvo mi edad con mis años preparados para entrar a la vejez sintiendo todavía esa juventud de mi adolescencia, a pesar de todo y a pesar del tiempo.
Todo eso es el Liceo de Señoritas N°1 José Figueroa Alcorta, ese inolvidable lugar donde estudié y pasé mi secundaria.
Bienvenidos sean los recuerdos porque, con ellos, todavía podemos seguir siendo felices como en nuestra juventud, para seguir proyectando vida y felicidad como cuando éramos plenamente jóvenes.