Julio Cortàzar: «La técnica consistía en citarse vagamente en un barrio a cierta hora. Les gustaba desafiar el peligro de no encontrarse, de pasar el día solos, enfurruñados en un café o en un banco de plaza, leyendo-un-libro-más. La teoría del libro-más era de Oliveira, y la Maga la había aceptado por pura ósmosis. En realidad para ella casi todos los libros eran libros-menos, hubiese querido llenarse de una inmensa sed y durante un tiempo infinito (calculable entre tres y cinco años) leer la opera omnia de Goethe, Homero, Dylan Thomas, Mauriac, Faulkner, Baudelaire, Roberto Arlt, San Agustín y otros autores cuyos nombres la sobresaltaban en las conversaciones del Club. A eso Oliveira respondía con un desdeñoso encogerse de hombros, y hablaba de las deformaciones rioplatenses, de una raza de lectores fulltime, de bibliotecas pululantes de marisabidillas infieles al sol y al amor, de casas donde el olor a tinta de la imprenta acababa con la alegría del ajo. En esos tiempos leía poco, ocupadísimo en mirar árboles, los piolines que encontraba por el suelo, las amarillas películas de la Cinemateca y las mujeres del barrio latino. Sus vagas tendencias intelectuales se resolvían en meditaciones sin provecho y cuando la Maga le pedía ayuda, una fecha o una explicación, las proporcionaba sin ganas, como algo inútil. «Pero es que vos ya lo sabes», decía la Maga, resentida. Entonces él se tomaba el trabajo de enseñarle la diferencia entre conocer y saber, y le proponía ejercicios de indagación individual que la Maga no cumplía y que la desesperaban. (Cap. 6, Rayuela)»
Cortàzar y Buenos Aires
Segùn Jazmín Bronstein cuenta que «Julio Cortàzar, junto a su hermana Ofelia y su madre María Herminia Descotte, primero desembarcó en la localidad de Banfield, y en 1934 se mudó a un departamento en la calle Artigas 3246, en Villa del Parque, zona reconocida hoy como barrio de «Agronomía».
Una placa en la fachada anuncia que por allí pasó el escritor: «En este edificio vivió Julio Cortázar; el clima del barrio Rawson y Agronomía está presente en varios de sus cuentos». Otra, menciona la restauración del edificio como patrimonio histórico en 2012.
«Soy un músico frustrado», confesaba Julio Cortázar en 1983 en una entrevista que le hicieron en Madrid.
Tocar la trompeta no era su fuerte, y él lo sabía. Aún así, decidió anteponerse al ridículo y sacarle algunos sonidos, por lo menos unos años, motivado por el amor al jazz.
Fue en ese entonces cuando conoció a Jorge López Ruiz, quien a sus 15 años compartía ensayos con el escritor. Según cuenta, se juntaban en la casa de un amigo abogado que vivía en el barrio porteño de Caballito.
«Nos conocimos tocando la trompeta. Él tocaba horrible», resalta entre risas.
«Después nos íbamos todos a un café donde charlábamos muchas horas. No teníamos ni idea que estábamos con una persona tan importante como Córtazar. Éramos chiquilines y él todavía no era quien después fue», le dice a BBC Mundo.
Cortàzar y la Galerìa Gûemes
La que hoy parece una simple galería comercial es en realidad la protagonista de uno de los cuentos de Cortázar: «El otro cielo».
Julio Cortázar en «El otro cielo»
Bastaba ingresar en la deriva placentera del ciudadano que se deja llevar por sus preferencias callejeras, y casi siempre mi paseo terminaba en el barrio de las galerías cubiertas, quizá porque los pasajes y las galerías han sido mi patria secreta desde siempre. Aquí, por ejemplo, el Pasaje Güemes, territorio ambiguo donde ya hace tanto tiempo fui a quitarme la infancia como un traje usado.
También conocida como «Pasaje Güemes», une mediante una peatonal interior las calles Florida y San Martín, en pleno corazón del centro porteño.
Se trata de un edificio art nouveau, considerado como el primer rascacielos construido en Buenos Aires, en 1915. El creador de Rayuela vivíó enamorado de esa galería, desde la que puede verse toda la ciudad desde arriba.
Solía recorrerla y pasar largas horas allí. Hasta llegó a enlazarla con la Galería Vivienne de París en el último relato del libro «Todos los fuegos el fuego».
Cortàzar en El Luna Park
No sólo el jazz lo desvelaba. La pasión por el boxeo en la vida del autor de Rayuela despertó en su infancia, según confirma el escritor Diego Tomasi en su libro «Cortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar».
A los 9 años, el pequeño Julio ya escuchaba por radio la pelea en Nueva York entre el boxeador argentino Luis Ángel Firpo y el estadounidense Jack Dempsey.
Años más tarde, comenzaría a frecuentar el Luna Park, el famoso estadio de la Ciudad de Buenos Aires ubicado al final de la mítica avenida Corrientes, cerca del Río de la Plata.
En la década de los 50, la relación con el deporte aparecería reflejada en el cuento «Torito», con el boxeador Justo Suárez como protagonista.
Cortàzar en el Colegio Mariano Acosta
El colegio Mariano Acosta fue la secundaria en la que el autor de Rayuela pasó su adolescencia. Con un promedio siempre superior a siete, en cuarto año recibió el título de Maestro Normal Nacional y años más tarde llegaría el de Profesor en Letras.
Con motivo de su Centenario, y a modo de homenaje, la escuela ubicada en la calle Urquiza al 277, en el barrio de Balvanera de la Capital Federal, elige recordar a Cortázar de la mejor manera posible: a través de un concurso literario.»
En Buenos Aires muchos son los lugares que homenajean a Julio Cortàzar pero, en el barrio de Palermo, hay una plaza que lleva su nombre. Se llama «Plaza Julio Cortàzar» y queda en Jorge Luis Borges y Honduras. Tambièn existe un cafè temàtico con galerìa de sus obras y fotos, el cual lleva por tìtulo «Cafè Julio Cortàzar» y se sitùa en Medrano y Cabrera.