Por Ana Leguisamo Rameau. Buenos Aires es una ciudad que, si uno la estudia y la compara con años atràs, llega a la conclusiòn que cada dìa està màs intransitable, caòtica y estresante. Con gente malhumorada, calles rotas y una serie de burocracia sin fin, uno estalla sin pausa, aunque intente contenerse.
Desde la mañana temprano, le ponemos onda y lo mejor de sì, porque se sabe que, al comenzar a caminar en la ciudad, el mal humor serà el eterno aliado de nuestro tiempo completo.
Tomar el colectivo es todo una odisea porque las paradas estàn colocadas detràs de calles rotas o, lo que es peor, hundidas en ellas Tambièn existen carteles inmensos abandonados en la vereda, lo cual intercepta la visiòn del màs allà, entonces es allì cuando uno se percata que el chofer de micros jamàs se detendrà. Asi, nos adelantamos otra parada màs y, cuando llegamos a la pròxima, nos encontramos con un inmenso pozo a “medio arreglar” el cual dice “Disculpe, estamos trabajando. Estamos mejorando la ciudad para vos”. A esta altura, esos indicadores, nos parecen una gran tomada de pelo en nuestra osadìa diaria. Con paciencia, nos retrotraemos otra parada màs, la cual ya implica que uno ha caminado unas diez cuadras, desde la salida de casa. Èsto no serìa tanto si no tuvièramos en cuenta que, al llegar a nuestro destino, luego de pagar el boleto, el chofer desvìe su ruta para aparecer quince cuadras màs alejadas de donde nosotros vamos.
Si el viajante desiste al micro o es habituè de los taxis, sabrà que viajar en el mismo es todo un gasto donde las fichas caeràn y caeràn en tan sòlo una cuadra por el inmenso tràfico de siempre sin contar el oportunismo del taxista que desviarà el recorrido del pasajero para facturar màs caro el viaje.
Por otro lado, los piquetes, ya forman parte del paisaje natural de la protesta y, en medio de las expresiones “Ellos merecen elevar sus derechos” a uno le dan ganas de mandarlos al mismìmo infierno por molestar el libre acceso de los que viajamos.
Ocurre que el mièrcoles, jueves y viernes pasado, de la semana anterior en ninguna sucursal bancaria se pudo gestionar ningùn tràmite. Con enormes corridas bancarias y el dolar al tope del 23,50, no se pudieron realizar extracciones, tampoco imprimir tickets y mucho menos transferir dinero hacia ninguna cuenta. “Se ha caìdo la Red Link” argumentaban los vecinos y èsta ya hacìa varias horas que llevaba sin aparecer. La Red Link no existiò durante el mièrcoles pero tampoco lo hizo el jueves ni el viernes, es decir, que todo tràmite quedò abortado para los porteños y, lo peor de todo, que los ciudadanos ìbamos y venìamos entrando y saliendo de las distintas sucursales bancarias para poder lograr nuestros tàmites mientras el fantasma del un posible “corralito” se adueñaba de todos nosotros. La gente comentaba “Otra vez volvimos al 2001·
El mal estar de los vecinos, de los trabajadores y los jubilados ya es moneda corriente en esta ciudad que se empecina en hacernos desbordar a cada instante.Sin olvidar que las principales arterias de la City estàn todas rotas y, ademàs de ser un enorme peligro para muchos, nos crispa los nervios al hacerse imposible llegar al destino que uno quiere alcanzar. Desviar de aquì para allà las calles y veredas es todo un tràmite engorroso de fastidio impresionante donde uno se encuentra con el comerciante que sale y se queja porque las ventas se han caìdo o porque los negocios cierran y eso dificulta la cadena de producciòn en el paìs.
De todos modos nuestro tour no termina aquì ya que, cuando intentamos realizar un tràmite comùn, la mala atenciòn de los empleados o la falta de respeto de mucho hombres o mujeres hacen que nos quede un sabor amargo en la memoria, o lo que es peor, que ese vendedor o comerciante nos haga sentir un perfecto imbècil ante los demàs. Amèn, si luego de volver a casa, uno se da cuenta que ha sido estafado con algùn vuelto.
En fin, Buenos Aires es tan bella como pocas pero caminarla hoy en dìa es todo una osadìa donde el porteño o habitante ya suele sentirse un perfecto idiota, un ser humano estresado o, lo que es peor, un ciudadano encadenado a la burocracia de todos los dìas.
Lo peor de todo es que, en lo que va hasta ahora, uno no visualiza ninguna soluciòn en el horizonte.