Por Luis Lorenzo. Buenos Aires es la ciudad más europea de Sudamérica. Los edificios construidos durante comienzos del Siglo XX, asi lo definen.
Esta ciudad tiene muchas cosas para contar y otras, que merecen ser contadas. Se sabe que en el hoy se vive de manera intensa. El ritmo de vida es agobiante y el tránsito cada vez más pesado.
Imaginémonos por un momento, a esa Buenos Aires de hace casi 400 años, cuando todavía llegaban exploradores de la vieja Europa, a «conocer» nuestras pampas. Donde se construían las casas hechas de Adobe con techos de paja, y eran salvajemente incendiados por la población indígena.
Pero más allá de eso hay una historia que podía contarse, en un hecho que marcaría a nuestra ciudad y que, en tiempos de una metrópoli cada vez más insegura, hace muchos años, se conoció el primer robo de la historia de Buenos Aires.
Con fecha del 16 de septiembre de 1631, los vecinos de la Santísima Trinidad y Puerto Santa María del Buen Ayre, comenzaban sus actividades de manera habitual, cuando desde el Fuerte que se encuentran en los altos del hoy Casa de Gobierno, tronaron dos cañonazos.
Los vecinos ya estaban avisados de que dichos estruendos, eran las señales de que algo bueno o malo, estaba ocurriendo. Y allí se dirigieron los pequeños habitantes de la «pequeña aldea», dejando su rutina habitual, para atender las últimas noticias.
El Gobernador-Alcalde, Francisco de Céspedes, informaba a la población que en horas de la madrugada, un grupo de personas habían violentado con explosivos la caja fuerte de la Real Contaduria, y previamente realizar un boquete, para apoderarse de los 9.447 pesos y 1 Real en monedas de Oro, que se encontraba en la parte alta del Fuerte.
Al ser Buenos Aires un pueblo de pocos habitantes, todos se conocían y sin ser detectives, ya sabían quien era el culpable, por dos razones.
1) Algunos vecinos oyeron el ruido del estruendo durante la madrugada, pero no le dieron importancia.
2) Durante la reunión con el Gobernador, sólo una persona no había asistido a la Plaza del Fuerte, y escuchar el bando.
Su nombre era Pedro Cajal de 22 años, oriundo de Santiago de Chile y residiendo en una vivienda, próximas al Convento de Santo Domingo.
Hacía allí partió la partida policial de la Santa Hermandad en busca del malhechor. En la vivienda capturaron al criado de éste. Se trataba de Juan Puma, que luego se supo, era el cómplice de Cajal.
En la declaración y en un principio, negó haber participado del hecho, y desconocía el paradero de su amo. Fué conducido al calabozo, pero su estadía allí, duró poco. En horas de la noche y en un descuido de la guardia, se dió a la fuga, y recapturado días después a la altura del hoy San Isidro.
Céspedes, enterado de la peligrosidad de cajal y del destino que corrían esos caudales, ordenó su captura y de ser posible, que su búsqueda llegue al Alto Perú (Bolivia).
Sin embargo, Cajal no se iría muy lejos. La partida policial de Campaña, lo capturó cerca del Río Arrecifes, a 26 leguas de la Aldea.
Ambos fueron trasladados al calabozo. Días más tarde, fueron llevados con el cura para su cofesión, y extremaución, porque ambos reos, recibieron la Pena Capital (pena de muerte).
Durante la confesión, el indio Juan Puma reconoció ser el cómplice de Cajal, y aportó un dato más: su amo no se llevó toda la recaudación, sino que sólo un 75% lo tenía consigo, y que un 5%, se encontraba oculto en un taleguito, al pie del fondo de la choza que habitaba.
El 30 de septiembre de 1631, Pedro Cajal y Juan Puma, fueron condenados a muerte. Previamente, ambos fueron paseados por las calles de la Aldea, rumbo al fuerte, lugar donde cometieron el robo.
Cajal, por ser hijo hidalgo de un funcionario de la Real Audiencia de Santiago de Chile, pidió ser azotado hasta morir. Puma mientras tanto, fué puesto en una horca.
Por último, sus cabezas fueron decapitadas y colocadas en picas, desde los altos del fuerte. Ese lugar sonbrío, donde se produjo el primer robo de la historia de Buenos Aires.