Cuando pensamos en viajar soñamos en conocer paisajes nuevos, diferentes costumbres, otros idiomas. De no cruzar la frontera de regresar a algún lugar que ya hemos visitado planeamos con descansar, dejar de lado nuestra rutina, nuestro estrés.
Planeamos qué haremos, cuál será el hotel en donde nos hospedaremos, si elegiremos un lugar con mar o con montañas, cómo ocuparemos nuestro tiempo, en nuestras valijas, nos respondemos que este año llevaremos tan sólo lo necesario, sabiendo que luego no lo cumpliremos.
Las ideas fluyen y fluyen hasta que nos ponemos de acuerdo tomando la determinación de en cual ciudad dejaremos nuestro cansancio con la magnífica intensión de renovarnos.
¿Cómo nos movilizaremos? Decidimos hacerlo en micro, adquirimos nuestro pasaje para partir desde la estación Retiro, nos queda cerca ya sea para trasladarnos desde casa como hacia el sitio donde nos alojaremos.
Hasta aquí todo es idealizado dado que llega el día de nuestra partida: hemos logrado tener todo en orden, tan sólo nos resta aguardar la hora de tomar el taxi que nos llevará a la estación.
El momento llegó tomamos nuestras valijas, bolsos y cartera, cerramos la puerta de casa, comenzando a poner en marcha nuestros proyectos, en el viaje hacia el micro nuestra cara desborda de felicidad, llegamos, bajamos del automóvil con la idea de despachar el equipaje para deslizarnos con soltura.
El tiempo comienza a transcurrir, la gente que nos rodea comienza a inquietarse situación a la que nos sumamos, los pasajeros efectuamos preguntas sin recibir explicación alguna de qué está sucediendo. Brevemente percibimos que los micros permanecen inmóviles, que por los parlantes nadie anuncia la partida de los mismos.
El clima se va enrareciendo está muy claro que allí pasaremos la noche sin saber cómo, estamos frente a un paro del cual nadie nos puso en aviso, controlamos nuestras maletas, si nos retiramos perdemos nuestro pasaje, vemos familias con criaturas, gente mayor con dificultades, aun nosotros no deseamos estar en esa situación.
Los encargados de las boleterías no se hacen presentes, nos sentimos ultrajados, dónde quedaron nuestras ilusiones, dado que nuestro estrés el que pensábamos transformarlo en descanso, se está agravando con el agotamiento que estamos padeciendo.
“No es una fantasía por el contrario es la realidad que días atrás se vivió en la estación Retiro”.
Mercedes Giangrande