Tenemos, por ejemplo, “la frenética” (Diagonal Norte y Florida), “la colorada” (Cabello y República Árabe Siria), “la abandonada” (Callao y Rivadavia), “la intelectual” (Corrientes y Callao), “la arrabalera” (San Juan y Boedo), “la paqueta” (esquina de La Biela en Quintana y Ortiz), y muchas más.
Más allá de sus apodos, cada esquina porteña tiene una historia y una identidad propia que se fue gestando a través de los años. Porque, si hay algo que les sobra a los habitantes de esta ciudad, es el espíritu de tertulia.
Dato de color: El 14 de diciembre de 1821, Bernardino Rivadavia decretó el documento “Edificios y calles de las ciudades y pueblos”. Allí establecía que todas las esquinas tuvieran lo que se denomina ochava.
La ochava es un corte oblicuo en los edificios que se encuentran en las esquinas de cada cuadra. El motivo era facilitar la visibilidad a los transeúntes y evitar los atracos sorpresivos, muy frecuentes en aquella época.
Las puertas de esquina fueron otro rasgo típico de la arquitectura pampeana: era la doble puerta ubicada en la esquina que, al abrirse, generaba un local o espacio grande y abierto a la vereda.
Si hablamos de esquinas míticas, la del Obelisco es la elegida de hoy. Es, por excelencia, el punto neurálgico de los festejos masivos. En torno al monumento se han celebrado actos políticos históricos, recitales legendarios y, desde hace un tiempo, el campeonato del asado nacional.
Según la IA, es una esquina “vibrante, llena de luces y movimiento”. Y la cercanía con los teatros, las librerías y las pizzerías de la Avenida Corrientes completa la escena y la convierte en un rincón emblemático de Buenos Aires. © Torivio Achabal