Por Mercedes Giangrande. Los padres amamos a nuestros hijos desde el momento en que los concebimos, sin verlos nos imaginamos de una u otra forma ¿cómo serán? Sus rasgos, su personalidad, sus ambiciones, qué estudiarán, cómo formarán su familia. Son tantas las preguntas que siempre nos resta una por hacernos.
Hasta que llega el día en que ambos nos conocemos, dado que ese bebe tan esperado llegó a la vida exterior.
Trascurre el tiempo, atraviesan todas las etapas de su crecimiento como así también su desarrollo convirtiéndose en adultos.
En el momento que consideramos que están organizados surge el impacto: nos enteramos que la pareja toma la decisión de distanciarse, de separarse, con criaturas en el medio. Situación que duele, no obstante será más saludable la decisión tomada, que convivir en una eterna disputa o discusión.
El tema pasa por como toma cada integrante del vínculo tal hecho. Como padres no queremos que nuestros hijos sufran, pensamiento obvio. No obstante debemos ser fuertes, permitirles realizar su duelo, circunstancia que tan solo ellos pueden atravesar, siendo del único modo que saldrán adelante.
Aprender a escuchar y tan solo opinar cuando ellos lo solicitan, dejar que se fortalezcan por si mismos con todos sus vaivenes. Hasta que llegue el momento que comiencen a tomar el rumbo correcto, sonrisa de por medio.
Con el tiempo nos daremos cuenta que les hemos permitido crecer.