Por Mora Violante. Mientras que varias organizaciones ya contaban con el home office como una modalidad híbrida, la escuela era impensada de otra forma que no sea en las aulas y con docentes delante de un pizarrón.
El giro de 180 grados que vino después ya es conocido. La pandemia azotó con las estructuras antiguas y normalizadas que regían todo tipo de sistema y fue imposible seguir pensando la vida cotidiana de la misma forma en la que se había desarrollado hasta el momento. Afortunadamente, en un marco de expansión de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs), se abrió un abanico de posibilidades para vivir de manera remota.
Mientras que varias organizaciones ya contaban con el home office como una modalidad híbrida, la escuela era impensada de otra forma que no sea en las aulas y con docentes delante de un pizarrón.
El giro de 180 grados que vino después ya es conocido. La pandemia azotó con las estructuras antiguas y normalizadas que regían todo tipo de sistema y fue imposible seguir pensando la vida cotidiana de la misma forma en la que se había desarrollado hasta el momento. Afortunadamente, en un marco de expansión de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs), se abrió un abanico de posibilidades para vivir de manera remota.
Según el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento, en el año 2018 sólo un 12% de las personas alcanzadas por la encuesta Permanente de Hogares (EPH) llevaba adelante el teletrabajo. Hoy en día es la llamada nueva normalidad.
Lo cierto es que las personas se encontraron ante un nuevo paradigma. Por un lado, la reducción de horas de traslado de un lugar a otro, el ahorro de dinero y, en algunos casos, el aumento de productividad en el hogar hicieron del home office una alternativa que muchos desean adoptar para el futuro post pandemia.
Mudarse de la ciudad al campo o a la costa
La permanencia en el hogar, el recurrente cierre de actividades y la oportunidad de trabajar de forma remota despertó en muchos el interés de mudarse lejos de la ciudad, en otros entornos y, sobre todo, en busca de una mejor calidad de vida que equilibre tranquilidad, naturaleza y, en caso de ser necesario, más movimiento. Renata es docente y durante la pandemia se mudó a la Provincia de Buenos Aires dado que las condiciones ayudaron a que ese traslado se hiciera posible. “Hace tiempo quería mudarme de Capital Federal y mi pareja ya vivía en el campo, pero no lo hacía por el trabajo. El contexto de pandemia, donde los trabajos pasaron a ser en modalidad remota, facilitó tomar la decisión”, cuenta. Así también le sucedió a Carolina que resolvió volver al pueblo que nació a 200 kilómetros de Buenos Aires, porque sus hijos ya son grandes y porque yendo al trabajo perdía mucho tiempo.
Los desafíos que surgen entonces tienen que ver con una serie de factores indiscutibles que varían según las necesidades de cada persona, pero el denominador común de hoy en día que no se negocia es tener buen internet. El 51% de las conexiones fijas de banda ancha en Argentina alcanzan una velocidad superior a los 20 Mbps, pero Buenos Aires, particularmente tiene una velocidad promedio de 48mb, según los datos de la Cámara Argentina de Internet (CABASE). Asimismo, el Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM) reportó que de 2889 localidades registradas con internet fijo, solo un 38,7% cuenta con acceso a fibra óptica, un tipo de internet que tiene las más altas velocidades.
Clara, que trabaja en sistemas y decidió mudarse con su familia a la costa, llamó antes a la central proveedora de internet para corroborar este servicio, ya que de eso depende su trabajo. Por su parte, tras haber vivido la experiencia de trabajar de forma remota lejos de la ciudad, Renata señala: “Si bien hubieron momentos donde el servicio de internet no anduvo muy bien, por lo que supe de amigos y colegas que viven en Capital Federal, tuvieron los mismos o incluso más inconvenientes, así que considero que estuvo muy bien y pude desempeñar todos los trabajos sin problema”.
Otros factores que inciden a la hora de decidir el cambio de hogar son el contacto con la naturaleza, como el mar o montañas, el clima y una mayor cantidad de espacios verdes. También se pone en discusión el acceso a transporte público, centros de salud de alta complejidad, supermercados y escuelas.
Clara había tomado la decisión previo a la pandemia por cansancio de la ciudad, tuvo una hija y decidió replantearse qué estilo de vida querían para ella. “Cuando llegó la pandemia, lo vimos muy claro, no queríamos una vida encerrados en un departamento. Queríamos ver verde y queríamos que mi hija crezca en un lugar donde no haya tantas restricciones”, relata. En su caso, eligieron Villa Gesell como destino porque era un lugar conocido para ellos al momento de vacacionar y porque además, “el alquiler no es abismal como lo es en CABA.” Para tomar la decisión consideraron estar cerca del centro del pueblo, para evitar el tumulto una vez que llegue la temporada de verano a la costa, estar rodeados de bosque y tener buena conexión a internet. También, destaca la importancia de tener cobertura de su obra social.
En el nuevo estilo de vida prima la calma y el silencio, que para quienes viven en la ciudad es un bálsamo que solo se experimenta en pocas ocasiones o en épocas de veraneo. “Es desconectar, no existen los ruidos de la gran ciudad, no existen bocinazos. Esa tranquilidad es impagable”, señala.
A su vez, el ritmo de vida se modifica e impacta positivamente: “Para mi asombro duermo un promedio de 8 horas, cuando en Capital por diferentes motivos no llegaba a dormir 6 horas diarias, eso hizo que me sienta mucho mejor físicamente”, cuenta Renata, que además ahora destina más tiempo a cocinar, tareas de jardinería y a cuidar de su huerta. Carolina siente que tiene más tiempo que antes, comparte tiempo con sus amigas de toda la vida y reflexiona: “la calidad de vida para mi gusto es mucho mejor”.
Algunas desventajas
Todos coinciden en que el gran punto en contra es la distancia de familiares, amistades y círculos sociales, pero si algo de aprendizaje nos dejó la pandemia son las múltiples posibilidades de estar conectados aún cuando las distancias físicas no lo permiten.
Otra de las desventajas que se presenta tiene que ver con la falta de variedad de opciones de ciertos productos en comercios y de servicios para reparación del hogar y con cómo se vive el frío.
A su vez, hay quienes no se mudaron, pero aprovecharon este tiempo de quietud y virtualidad para volver, al menos mientras tanto, a sus lugares de origen con sus familias. También, quienes tomaron el contexto como una oportunidad para probar el cambio de rutina unos meses y tomarán la decisión a partir de esa experiencia preeliminar.
A simple vista, todo evidencia que los que optan por cambiar su lugar de residencia eligen destinos conocidos en los que ya tuvieron algún tipo de experiencia previa. La pandemia despertó deseos postergados y profundizó aquellos planes que estaban archivados de vivir lejos de la ciudad.
Por: Mora Violante