Por Mercedes Giangrande. Fue inminente el cacerolazo a las veinte horas exactas del catorce de julio del corriente año, momento en que comenzó la melodía, acrecentándose cada vez más. Lo experimenté en la calle junto a la lluvia que acompañaba, la que no logró impedirlo, fue más que evidente, nadie faltó a la cita. No importó el mal tiempo, si nos encontró preparados o no. Cada ciudadano con lo que tenía a mano se hizo escuchar. El tema no pasa por si la medida tomada con respecto a los aumentos de impuestos y servicios, en esta ocasión es o no correcta. Sino por la velocidad con que se llevó a cabo.
Sin pensar el efecto que provocó en nuestros bolsillos, teniendo en cuenta que ya venimos demasiado golpeados, no encontrándonos por lo tanto recuperados para atravesar semejante obstáculo. Sumándole que las dos fechas de vencimiento pertenecen a los últimos días del mes. Ante el reclamo en dichas empresas, la respuesta fue: lo determina el sistema.
No sólo nos golpea fuerte como así también nos da menos posibilidades de pago, dado que administrarnos resulta imposible. Es entendible que el país debe crecer, sin embargo nosotros también. De ese modo nos achicamos endeudándonos cada vez más, se convierte en un círculo vicioso en donde siempre estamos en busca de la salida.
Se dice que la empresa de gas dejó de emitir facturas, no obstante muchos usuarios ya la recibieron, la abonaron o no, de haberlo hecho los reintegros se presupone que será contra factura.
¿Cuál fue el monto de dinero que se encontró en cada empresa, sector, banco central para iniciar la nueva administración? Sin dejar de lado el gran paquete de deudas bien denominado déficit. ¿Estas normas no se pueden llevar a cabo de modo menos impactante? ¿Qué cantidad de transes nos falta transitar?