Cada mañana al comenzar mi jornada laboral, se que cada llamado que atienda será no sólo un caso distinto como así también una historia de vida diferente. En el transcurso de siete horas y media en mi mente circulan infinidad de personas, en las que una solicitud de auxilio para su vehículo se transforma en la mayoría de los casos un tema secundario.
Dado que generalmente se desliza algún suceso de su vida privada: ya sea un tema de salud, personal, familiar, laboral, como así también todo aquello que pase por vuestra imaginación.
Se entremezclan respuestas puntuales necesarias para el área donde han llamado para una mejor atención, con un sinfín de frases tal vez poco ordenadas, las que me impiden por mayor atención que preste a interpretar la conversación.
No comprendo si estoy dentro de mi ámbito laboral o dialogando con un ser al cual desconozco en una cabina telefónica el que requiere a gritos, que alguien no importando quién lo escuche.
Esta es nuestra realidad la falta de comunicación, no obstante cada llamado me deja un aprendizaje, dado que como se centralizan las llamadas de todo el país, cada uno de ellos desliza una idiosincrasia incomparable.
Desde Buenos Aires sumándole todas las provincias que integran nuestro país, sus integrantes conservan su tonada característica al expresarse, su calidez como así también el nerviosismo lógico cuando el auto se les ha detenido en medio de una ruta sin protección alguna, obviamente se sienten desamparados.
Lo único que desean realizar el llamado y que de inmediato una voz los salude, permitiéndoles expresar que les sucede, luego sentirse contenidos, finalmente con el deseo de recibir una solución inmediata.
Allí es cuando tengo en claro que importante resulta demostrarle a la persona con la que compartimos un tiempo dentro del ámbito laboral, en la vía pública, en nuestro hogar, en una reunión, que le estamos brindando su espacio como así también que no está sola.
Mercedes Giangrande