Por Mercedes Giangrande. No importa género, religión, credo ni costumbre, ni ideología política, ni fanatismo por el equipo de futbol al que pertenezcan, la vida es sagrada. No es aceptable ni coherente que si a los llamados barras bravas, quien se creen los dueños de los estadios deportivos, se sientan molestos por la presencia policial o personal de seguridad dentro del predio o cancha, la misma se encuentre ausente.
Se interpreta por dicha presencia desde un grado de cordura, tan solo de protección, en donde puedan actuar o evitar un episodio violento, como tantos son de conocimiento público, anulando la tragedia.
Resulta caótico que ante una pelea nadie acuda, la sociedad tiene miedo a colaborar, con la idea de que también serán agredidos. El damnificado trata de refugiarse sin encontrar solución alguna. Por el contrario luego de correr, sortear escaleras, golpizas de gran importancia, solo halló la muerte.
Hasta cuando continúa dicha situación embravecida, hablamos de “Ni una menos”, considero que no sólo corresponde a la mujer, también se suma al hombre.
Ya no se puede mencionar ni justificar el episodio desde un lugar de inconsciencia. O que el agresor padece patologías psiquiátricas, las que no pongo en duda.
La realidad es que no se debe permitir tal vorágine de agresiones, como si las personas fuesen muñecos.