Por Ana Leguísamo Rameau. Buenos Aires es pintoresca de punta a punta. Lo dicen sus esquinas con nombres de Rock and Roll. También sus calles y baldosas con titulos de tango. A veces sus pasajes y cúpulas con acento europeo llevan la arquitectura que estalla en influencias latinas, teutónicas, orientales y sajonas. Allí se descascaran en un reciclaje de locura contenida por la expresión ideal. Así es la City, una melange de ocurrencia, buen gusto y citas de arrabal y snob.
Pistas de patinaje urbano, paredes pintadas al mejor estilo filete y grafiteros, que colorean el cielo de la ciudad con un poco de sol y estrellas, enmarcan el estilo propio en un bar, en alguna casa, chalet, o, tal vez, en ciertos sitios públicos que permanecen a la cita repetida de la corrosión del tiempo y la lluvia.
Monumentos, monolitos y fotos no lo son menos en los barrios y ahí nace el encanto de la identidad culta de sus vecinos.
Por todo ésto, y no menos importante, Palermo se destaca por entre las Comunas pues su peculiaridad lleva el arte en la sangre de sus artistas que permanecen vivos en la acuarela de sus días.
Borges, Evaristo Carriego, el Jardín de los Poetas en el Rosedal y un mundo de locos, cultos y tirifilos, forman parte de esta bella familia que es la palermitana, corazón de la Capital y hacia el Norte con mucha poesía, naturaleza, música y arte puro en sus ferias.
Hoy Palermo, es un coctakil turístico de acento de múltiples lenguas del más allá que atrae la belleza de sus calles y dan ganas de quedarse a vivir, aunque la situación económica nos cuarte con necesidades porque, en sus sombras, sus bosques, sus parques y sus páginas, la seducción total de sus espacios enmarca el imán para invitarnos a formar parte de este paisaje sano, culto y natural.
Ana Leguísamo Rameau