
«Es tu culpa, es la mía. Son lo piqueteros, es la policía». Así nos pasamos en Buenos Aires, echando culpas mientras hay que llegar a la Avenida principal o mientras debemos cobrar un cheque en el Banco Central y no llegamos a tiempo porque, mientras el tránsito se estanca, los semáforos en rojo parece que también hacen paro. De pronto, todo queda en una pausa y se suspende a punto tal que ya nada avanza. El nerviosismo nos enloquece porque la circulación no progresa.
Roque dice que lleva dos horas encima del colectivo y que el chofer ha cortado camino por una cantidad de cuadras raras. Incluso se ha metido en una de contramano y hasta ha cortado el viaje obligando a bajar a los pasajeros desesperados.
Matilde expresa que está harta de subir a los taxis y que los «tacheros» hagan tiempo en la manifestación mientras el cronómetro marca y marca…
Pablo es uno de los pocos afortunados que ha entrado dentro del tráfico y ha salido casi airoso porque pilotea una bici mountan bike.
Oscar se jacta de ser un super héroe en la calle mientras maneja, pero su moto lo ha clavado en medio de los coches, entonces, fiel a la impertinencia de los motoqueros, se ha metido en medio de la bicisenda para cortar camino.
Allá van todos, con insultos, infracciones, mucho calor, barbijos semipuestos, distanciamiento social incorrecto y un mal estar que supera a cualquier ciudadano porque Buenos Aires, como siempre, se transita mal. Las veredas están rotas, las calles están cortadas y los piquetes siempre proceden a la orden del día mientras los reclamos de cada jornada se manifiestan sin piedad y mientras la intolerancia del trabajador se hace un hecho de locura porque perderá el presentismo o porque su jefe lo retará.
Aquí estamos, esto somos: «Es tu culpa, es la mía. Son lo piqueteros, es la policía»