Por Mercedes Giangrande. Todos hemos pasado por la etapa de la adolescencia, no siendo a una edad determinada. A la que más tarde se le suma la idea de independizarnos nada simple por cierto. Dado que debemos contar con una suma de dinero significativa para alquilar una vivienda. Más los gastos que se le suman.
Resulta inminente el deseo de mudarnos, dado que la convivencia con nuestra familia por buena que sea, incomoda en algún punto. Si contamos con una actividad laboral es algo a favor, de lo contrario debemos comenzar a la búsqueda de una ocupación.
Todo esto lo vemos maravilloso en cuanto a nosotros se refiere, en cambio cuando dicho planteo viene de parte de nuestros hijos, el tema cambia. Aunque consideremos que estemos preparados para atravesar tal situación.
Nos sentimos contentos porque ellos cumplen su meta, sumándole que los vamos a extrañar. Maravilloso es cuando se logra que este cambio se realice con alegría, compartiendo los objetos que se compran para habitar el departamento adquirido. Por el contrario cuando todo se realiza a escondidas la situación es tristísima.
Uno de los motivos que los adolescentes eligen mudarse desde el enojo es por no tener la capacidad de cortar el cordón. Evidentemente cada ser humano es único y resuelve las cosas por importante que resulten como puede. Es lamentable que no logren dialogar.