“Es muy útil distinguir entre talentos –capacidad de hacer cosas- y dones. Los dones son más importantes que los talentos. Podemos disponer solamente de unos pocos talentos, pero tenemos muchos dones. Éstos son las múltiples maneras por las que expresamos nuestra humanidad, las vías o las formas de salir de nosotros hacia los demás. Son parte de lo que somos: la amistad, la bondad, la paciencia, el gozo, la paz, el perdón, la delicadeza, el amor, la esperanza, el sentido de confianza, y mucho más. Éstos son los verdaderos dones que tenemos que ofrecernos mutuamente.
Desde mi llegada a la comunidad con personas disminuidas psíquicas he descubierto plenamente esta sencilla verdad. Pocas de estas personas, si es que hay alguna, tienen talentos de los que poder gloriarse. Pocos son los que tienen capacidad para contribuir en algo en la sociedad, y de esa forma ganar algún dinero, competir en el mercado abierto, o conseguir premios. ¡Pero qué espléndidos son sus dones!. Bill, que sufrió mucho como consecuencia de unas relaciones familiares rotas, tiene un don para la amistad como muy pocas veces he visto. Hasta cuando me distraigo o me impaciento a causa de los agobios que me producen otras personas, él permanece siempre fiel, y continúa ayudándome en todo lo que hago. Linda, que tiene una gran dificultad para hablar, posee un don único de acogida. Muchos de los que han estado en nuestra comunidad recuerdan a Linda como la persona que les hizo sentirse en su casa. Adam, que es incapaz de hablar, andar o correr sin alguien que le ayude, que necesita constantemente de alguien, tiene el gran don de llevar la paz a los que le cuidan y viven con él.
“Recuerdo cómo una vez pasé horas mirando en varios almacenes, buscando un sencillo regalo para mis padres, entregado al disfrute de la alegría anticipada de poder dar. Nos hacemos personas maravillosas cuando damos lo que podemos dar: una sonrisa, un apretón de manos, un beso, un abrazo, una palabra de amor, un regalo, una parte de nuestra vida… o toda ella.
Es triste ver que en nuestro mundo, tan enormemente competitivo y codicioso, hemos perdido la alegría de dar. A menudo vivimos como si nuestra felicidad dependiera de tener. Pero no conozco a nadie que sea realmente feliz por lo que tiene. El verdadero gozo, la felicidad y la paz interior proceden de darnos a los demás.
Cuando nos centramos en nuestros talentos, tendemos a olvidar que nuestro don real no es tanto lo que podemos hacer, sino lo que somos. La verdadera pregunta no es <¿qué podemos ofrecernos mutuamente?>, sino <¿qué podemos ser el uno para el otro?>.
A medida que crezco en años, descubro más y más que el mayor don que tengo que ofrecer es mi propio gozo de vivir, mi paz interior, mi propio silencio y soledad, mi propia experiencia de sentirme a gusto. Cuando me pregunto: <¿Quién es el que más me ayuda?> siempre llego a la misma conclusión: ”.
Para reflexionar…Foto internet
Patricia Núñez Vega