Por Ana Leguísamo Rameau. Retomando el artículo anterior, dijimos que los rioplatenses somos todos cosmopolitas. Descendemos de los inmigrantes de la vieja Europa, otros tienen ascendencia más oriental, y allí nos derivamos hacia el tema tratado durante el mes de Junio, que fue el menú desde 1810 hacia nuestros días. Pero la historia no termina en el ahínco del buen gourmet sino también en otras costumbres, que nos llaman la atención a través del tiempo.
Las condiciones económicas y sociales no han cambiado mucho, si nos centralizamos en ciertos aspectos, pero debemos recordar que, en épocas de antaño, el horario de almuerzo de los pobres era a las 12:00 del mediodía, mientras que los de clase media degustaban lo suyo a las 13:00, y los más ricos saboreaban las más exóticas comidas a las 15:00. De ese modo, los almuerzos marcaban, a través de sus horarios, la diferencia entre diversas clases sociales y económicas.
Las familias más acomodadas poseían un menú especial donde no faltaba el aire español y francés. El toque de estas comidas combinadas era una verdadera exquisitez en el arte del buen gourmet, y eso en la alta sociedad quedaba muy bien. Además (por cuestiones de imagen y dinero) éstas tenían sus propios esclavos. Los amos disponían de ellos a su uso y antojo ya que, obviamente, los esclavos vivían en sus propias casas.
Era ya un hábito, que las ricas familias, luego del almuerzo, hicieran sobremesa (hasta la caída del sol) la cual se extendía casi a la hora del té, entonces luego se procedía a la vida religiosa. Allí, todos frecuentaban la iglesia, porque era deber del “buen rico” y porque ser religioso quedaba bien ante una sociedad de completa apariencia. En aquellos tiempos, las mujeres de la alta sociedad, asistían a misa acompañadas de sus esclavas, quienes llevaban la alfombra sobre la cual se arrodillaba la señora. Èsto se debía a que no existían en las Iglesias los bancos para sentarse.
Buenos Aires, por aquellos tiempos, poseía tan sólo siete parroquias, dos conventos integrados por monjas, y otros cuatro compuestos por religiosos, franciscanos, dominicos y betlemitas. La iglesia incluía funciones sumamente importantes, tales como ocupar un lugar en la vida de la gente a través de las misas, o bien, distraer al público con su evangelización.
No es novedad saber que los pactos han existido siempre a través de los tiempos, y lo mismo ha ocurrido con los grandes tronos del mundo, y eso era lo que sucedía también en la Argentina en épocas de antaño donde hablar de matrimonio era apostar a las buenas costumbres. Por eso, las familias más acomodadas solían elegir el hombre o la mujer para sus propios hijos. De ese modo, el matrimonio quedaba establecido y convenido a puerta cerrada. Por supuesto, nadie tenía derecho a la protesta si los padres así los habían decidido.
Cabe destacar aquí la presencia de Mariquita Sánchez de Thomson, (quien marca un corte definitivo en la historia de las tradiciones), mujer a la cual ya le dedicamos un capítulo entero por merecerlo en su integridad y fuerte carácter. La traemos a la memoria pues Mariquita Sánchez a los 14 años, fue quien se animó a negar un casamiento convenido por sus padres. Era toda una heroína de la historia. Por ello, se negó rotundamente a aceptar al hombre que le propusieron como marido, y allí fue cuando estableció pelea con sus propios progenitores. Perdidamente enamorada del Señor Thompson, su primo, se desprendió de todas las formalidades y estructuras, que las circundaban. Sin embargo, la historia no terminó ahí pues, fue tal el enredo de amores y discusiones, que debió intervenir el mismo virrey, quien decidió apostar al amor y obró a favor de Mariquita. Quien escribe este artículo se suma a la subjetividad de la memoria y felicita también al obispo del lugar quien, a su vez, se pronunció por el casamiento de la futura Señora Mariquita Sánchez de Thompson. Diríamos, en aquellas instancias, que la situación de vanguardismo estaba dando sus frutos a una mente mucho más abierta y comprensiva en el mundo rioplatense.
Este capitulo tiene también su costado penoso pues tristeza hallaban las que quedaban solteras. Ese era un tema escabroso pues a estas mujeres se las consideraban un peligro para la sociedad. Eran un verdadero problema moral y social para todos. Muchos estaban convencidos que las solteras se volvían pecadoras o futuras prostitutas. Para que ello no ocurriera y para evitar un caos familiar, los padres recurrían a la felìz decisión de internarlas en un convento y, de ese modo, las almas estaban salvadas de la corrupción popular. (También del qué dirán)
En fin, costumbres y preconceptos los hubo siempre, también los hay en la actualidad, aunque no se puede vivir de lo que piensan los demás. Por eso también, existía la diversión a través de reuniones, que se llamaban tertulias y eran características en la época, las cuales fueron reemplazas en el tiempo por las concurrencias al club. En la tertulia participaban hombres y mujeres de todas las edades. En una de ellas, la esposa de Rodríguez Peña lo obligó a Saavedra para que inicie los actos de la Semana de Mayo. También existían las fiestas con mucha música donde no faltaba la guitarra. Las notas en las familias más populares sonaban de un modo diferente, incluso por intermedio de las vidalitas, que era una especie de protesta inadecuada en los ricos. Pero en las clases más arregladas se interpretaba de manera más culta (como los ricos le llamaban). Con el tiempo, se insertó la opera italiana. También eran muy comunes los bailes y los paseos a caballo por las costas de San Isidro y San Fernando. Allí, los jóvenes de la sociedad porteña, que siempre se vestían a la europea, se ponían la ropa de gaucho como particularidad de su status.
Costumbres y cambios los hubo siempre, pero desde el año 1810 hasta nuestros días, si nos ponemos a pensar, las situaciones no han trocado demasiado. Matrimonios por arreglo los sigue habiendo. También, las comidas siguen siendo las mismas de antes con ciertos ingredientes o aires más orientales, en ciertos aspectos, como los escribí durante el artículo de la semana anterior respecto del sushi u otras minutas.
En fin, vivimos en un país cosmopolita donde nos debatimos entre las costumbres orientales y occidentales, por ello también adquirimos hábitos de hipocresía como lo hacían los más conocidos reyes en sus mejores tronos del viejo mundo.