Gira y gira y no para de girar, a la mayoría de los adultos nos agrada dar vueltas en la calesita, aun siendo grandes con el pretexto de acompañar a un hijo, sobrino o nieto. No obstante de no tener con quien hacerlo subimos solos.
Recuerdo que desde pequeña me agradaba ir a la calesita con la ilusión de obtener la sortija, obteniendo como premio una vuelta gratis. En la actualidad no es necesario subir a la calesita para girar.
Damos vueltas permanentemente con la realidad que nos toca vivir, mientras que la sortija ya no es un premio, por el contrario se transforma en la nueva información que forma parte del estado de emergencia que vivimos.
Si a la calesita le sumamos el tan recordado subi – baja, otro de los juegos tan divertidos el que con su movimiento nos causaba alegría expresándola con una sonrisa, en la actualidad lo comparamos con la suba y baja de los precios. Más suba que baja al margen de los precios cuidados o protegidos.
Sin olvidarnos del tobogán la sensación que nos producía en nuestro estómago especie de cosquilleo, semejante a la “sensación real” que sentimos ante cómo pasaremos el día de hoy. Sumándole las hamacas a quienes nos deleitaba deslizarnos con rapidez o por el contrario con delicadeza.
Hoy no nos preguntan cómo deseamos deslizarnos, eligen por nosotros convencidos que cada medida que aprueban será un éxito. Sin pensarlo hemos transitado por la plaza de la que tanto disfrutábamos.
Plaza que en la actualidad ya no nos resulta tan agradable si la comparamos con el tumulto de situaciones que se asemejan a globos gigantes que se nos presentan a diario.
Mercedes Giangrande