Por Mercedes Giangrande. Es sabido que cada ser humano es diferente contando con sus cualidades y virtudes, como así también defectos o desavenencias. Obviamente no somos perfectos estamos hechos a semejanza de ser buenas personas. No intentamos ser malos pero no siempre estamos en condiciones óptimas de manejarnos, sobre todo en el diálogo hacia nuestro interlocutor. Sin ver que somos quienes necesitamos del otro. Aun no siendo así debemos comportarnos con los modales adecuados.
También se puede sumar que es condición sin ecu anón que el individuo pretende adivinar los pensamientos que transitan por la mente de su interesado. Gastando su energía en miles de conjeturas, costándole aceptar que jamás podremos estar dentro del cerebro de otro ser.
Más allá de no poder manejar la ansiedad que nos lleva a querer saber: qué piensa, qué hará, cuál será la decisión que tomará en algo que nos compete. Debemos aprender a darle tiempo para que logre dilucidar su decisión.
Tiempo: el que a más de uno le resulta complejo de atravesar, no entendiendo que no todos lo medimos del mismo modo. De hecho esta teoría se traslada a toda clase de relaciones que debemos pasar: sentimentales, familiares, sociales y por qué no en el ámbito económico como así también político del país.