Por Ana Leguísamo Rameau. Que Palermo es uno de los barrios favoritos de los turistas extranjeros y porteños no es novedad pero , que en los últimos tiempos se ha transformado en un barrio peligroso como pocos, sólo los que lo habitan lo saben.
La Comuna con sus esquinas, pasajes y cuadras silenciosas, cuentan con delincuentes que sitian esos lugares favoritos tales como Plaza Julio Cortázar y alrededores, un lugar muy preciado por el hampa. Encapuchados con pañuelos en sus caras o gorritos con visera, van tomando los rincones y, cuando uno menos se lo espera, están allí solapados amenazando para robar a cualquiera que pasa. También las aceras más pobladas sufren el arrebato de aquel que no se da cuenta y lo saquean de arriba a abajo.
Palermo se ha vuelto un centro de delincuencia para muchos y la Policía de la Ciudad ya no basta para sacar a tantos mal vivientes que se apropian de la vida ajena del otro. Por eso, ya no es tan habitual escuchar la voz de aquellos progres que suelen defender los Derechos Humanos cuando dicen «Hay que comprender al que menos tiene, por eso roba». ¿Qué decimos entonces de los que somos robados? ¿Debemos dejarnos atracar en cualquier esquina por ese delincuente porque es el que menos recursos tiene? ¿Sabemos realmente que esa persona está en inferiores condiciones cuando vive del hurto del otro sustrayendo a mansalva, todos los días, tarjetas de créditos, débito y efectivo?
Lo cierto es que, los vecinos de Palermo, estamos hartos de estos sujetos que parecen cortados por la misma tijera: encapuchados con un pañuelo en la boca (que no es barbijo), o gorrito con visera. Los que poseen, generalmente, buen estado físico porque están, la gran mayoría, entrenados para robar o matar y para eso se debe ser rápido y atlético.
Códigos que se entrecruzan entre ellos forman parte de su dialecto para seguir robando. Silbidos en las cuadras del barrio van de un lugar a otro para pasarse mensajes que este vecino o turista podría ser la próxima víctima para ser desvalijado. Caminan rápido y con la cabeza baja mientras la caperuza le cubre la cara para no ser descubiertos, mientras los trapitos hacen un chistido desde la otra media cuadra advirtiendo que un auto llega y que podría ser saqueado por su buen porte o, tal vez, porque la que maneja es una mujer y podría verse más vulnerable y fácil para robarla.
El país está inmerso en una enorme crisis de la cual no se sabe cómo salir. Preocupa mucho la delincuencia de los últimos tiempos. «La pandemia los trajo» expresan algunos vecinos. Otros dicen: «Vienen del Conurbano» pero, si miramos adentro del barrio sin pensar en el Gran Buenos Aires, no podemos soslayar las pandillas reiteradas que sitian la calle Godoy Cruz y que, poco a poco, van bajando hacia todos los lados de las calles para apoderarse de la Comuna. Bajan como cucarachas sitiando cada terreno que se cruza. Por otro parte, la calle Uriarte es una hermosa vía pero, en los últimos tiempos, se ha vuelto un verdadero sitio de perdición y peligro donde es debido tener mucho cuidado para no caer en el fraude de estos sujetos ladrones. «Son los chicos que vivían en la antigua Villa, en lo que ahora es el Parque Ferroviario» dicen algunos vecinos. Es posible sea cierto pero la pregunta del millón es ¿Qué es lo que hay que hacer con esta gente? No es incomprensión con la pobreza, sino me preocupa que el hampa tome las calles de nuestra vecindad para que sean ellos los que impongan las reglas.
Además, existe otro caso preocupante para aquellos propietarios de casas y frentes ya que, la granujería marca fachadas con la semiología propia de asegurarse una usurpación o un futuro robo, cuando la casa quede sola o cuando todos estén durmiendo. Tal vez, para escalar y apropiarse de todo lo que encuentren.
De este modo, Cristina Emmanu dice: «Es un barrio hermoso con mucha diversidad de arquitectura y encanto en sus calles, pero a pesar de ser una zona de alta categoría la seguridad en sus calles no condice con esto. Minado de trapitos (cuida coches ilegales) que te ponen una tarifa fija para estacionar en la vía publica, por lo general están borrachos. Hay mucha gente en auto haciendo alarde de la velocidad, no existe la custodia policial, esto hace un combo explosivo que invita al visitante a que su salida sea una aventura tétrica.»
En fin, en definitiva, por el momento, vamos para atrás como el cangrejo. Tal vez, María Elena Walsh diría «El reino del revés». Es posible así sea porque vivimos en un mundo donde los códigos ya casi ni existen y donde el sacrificio del trabajo queda a desmedro de aquellos ladrones de guantes blancos, traficantes o delincuentes de las calles que sitian el lugar tranquilo de los que trabajan y esperan una vida digna y mejor.
Olvídense, estamos muy lejos de ese horizonte. Los reos hoy ganan y la delincuencia tiene vía libre para saquear y matar. A conformarse entonces porque, por lo que respecta, parece que la criminalidad vino para quedarse.