Por Ana Leguìsamo Rameau. Somos pocos, tal vez, los humanos que amamos a los animales desde el corazòn. Aunque no somos demasiados sabemos, quienes nacemos juntos a estos seres, que ellos forman parte de nuestra familia. Cuando uno muere, lo lloramos y sentimos como a nadie, entonces el animal, en sus ùltimos dìas de vida, nos inyecta su mirada triste y esa hace que nos colme de dolor inconmensurable. Una especie de cargo de conciencia hace que, quienes estamos allì juntos a ellos, nos sumerjamos en un precipicio total de culpa por no poder salvarlos.
El animal no habla pero siente como nadie y esa agonìa de su muerte la llevamos a cuestas en pequeños fragmentos de nuestra vida. Luego pensamos «No quiero màs animales. Se terminò. Uno sufre mucho con ellos» La frase se ha dicho pero el pensamiento es egoìsta pues no se trata de aliviarnos a nosotros mismos sino de darle un hogar a ese ser indefenso que ha llegado a nuestra casa. Por ello, y digo egoìsta, debemos abrir las puertas a aquellos nuevos que vendràn pues la calle es un mundo inmenso de huèrfanos y necesitados.
Asì, perros, gatos, conejos, pàjaros y un sinfin de especies mutaràn en la vida del ser humano pero los habrà otros que habitan una vida salvaje, aunque con cierta interacciòn con la sociedad humana. Tal es el caso de los gansos. Los gansos silvestres viven en grupos familiares pequeños, se aparejan de por vida y recorren largas distancias en sus migraciones.
Ellos tienen una forma característica de vuelo en una formación tipo “V”, de esta forma, la parvada como un todo, aumenta su rango de vuelo en un 71% con respecto a lo que cada pájaro podría volar si lo hiciera solo. Cuando un ganso se sale de la formación, inmediatamente siente el peso y la resistencia de tratar de volar sólo, entonces rápidamente vuelve a la formación para poder beneficiarse de la capacidad de alzamiento que produce el pájaro que va delante de él. Cuando el ganso líder se cansa, deja el puesto rotando hacia atrás de la formación y otro ganso se pone a la cabeza de la misma. Los gansos que van atrás en la formación graznan (honk), alentando a los de adelante para que mantengan la velocidad. Cuando un ganso se enferma, es herido o derribado, dos gansos se salen de la formación y bajan para ayudarlo y protegerlo. Permanecen con él hasta que pueda volver a volar, o muere. Después ellos viajan solos para integrarse a otra formación o vuelven a la parvada original.
En el caso especial de los gansos que conocemos en Buenos Aires, ellos viven en el Parque Tres de Febrero, otros en la Reserva ecològica y siempre estàn interaccionando con la gente que llega.
Con sumo cuidado, el animal debe ser alimentado respetando siempre su condiciòn de omnìvoro pues son animales que, aunque se alimentan sobre todo de plantas, también comen lombrices y caracoles cuando viven en libertad. En cuanto a los vegetales, prefieren hierbas, hojas tiernas, semillas y frutas.
Además, hay que tener en cuenta que gracias a su ancho pico y a su “uña” pueden arrancar y cortar los tallos más duros de los pastos. De hecho, los gansos, al igual que las vacas o las ovejas, pastan la hierba. Precisamente porque le gusta buscar su propia comida, se trata de un animal al que le gusta vivir al aire libre.
Cabe destacar que la expectativa de vida de los gansos en libertad llegan a vivir hasta 20 años mientra que, en cautiverio, siempre es mucho menos su larga vida.
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