Disfrute del silencio, simplemente, se trata de una necesidad para vivir mejor. Porque en una sociedad como la nuestra, donde las ciudades crecen –y, con ellas, la demanda de transporte, de industria, de ocio–, los decibelios suben y suben hasta traspasar el umbral de lo tolerable: 65 dB – es el límite de ruido máximo establecido por la Organización Mundial de la Salud. A partir de esa cifra, nuestro organismo se resiente. Ahora bien, seamos optimistas, el silencio, más que la ausencia de sonidos, es una actitud: “La ausencia total de ruido es imposible. Tenemos que saber convivir con esos ruidos externos, aprender a relacionarnos con ellos. Lo habitual es que ciertos ruidos de nuestro entorno nos generen tensión, pero si aprendemos a percibirlos como algo propio de nuestro ámbito vital, algo que en sí mismo no tiene por qué resultar agresivo, dejarán de perturbarnos y podremos crear nuestra particular zona de silencio interno”.
Está clínicamente comprobado que bajar el volumen de nuestro día a día hace que durmamos más; estemos más descansados y rindamos plenamente, mantengamos una correcta capacidad auditiva, y que nuestro sistema inmunológico funcione mejor –el estrés que produce el ruido no deseado aumenta los niveles de cortisol, una hormona que incrementa el índice de azúcar en sangre y que reduce la acción de las defensas naturales del organismo. En definitiva, como apunta Bernie Krause (experto en bioacústica, poner nuestra vida diaria en modo mute nos hace sentir más felices. “Además, el silencio sosiega la mente, evita los pensamientos tóxicos y recurrentes, y reduce el consumo energético del cerebro, pudiendo emplear esa energía en cosas más positivas”.
Aunque el tráfico es, probablemente, el sonido que más pone a prueba la paciencia nuestras mayores quejas tienen que ver con los vecinos fastidiosos, los locales de ocio, las obras en las calles… “Son ruidos asociados a problemas de civismo, sus efectos se notan a corto plazo, y desaparecen cuando cesa el sonido”.
También es cierto que cada espacio tiene su sonido y que los ruidos no son, en principio, positivos o negativos: “Todo depende de la experiencia que tengamos de ellos. Por ejemplo, cuando estás tomando una copa con tus amigos después del trabajo, las voces y las risas, lejos de molestarte, te hacen sentir bien, ya que evocan un momento de relax y placer”. Sin duda, cada contexto tiene su propia banda sonora.
Recuperar nuestra parcela de silencio, incluso en medio del mundanal ruido, es posible. Dentro de casa, y puertas afuera y en cualquier lugar, aprendiendo que a través de la meditación no hay ruido que pueda arruinar nuestro silencio.
Foto La Net
Paticia Núñez Vega